Esta secuela de “300” es una historia de venganzas. Venganza de la reina Gorgo por la muerte de su esposo, Leonidas. Venganza de la comandante Artemisia, marcada por la tragedia familiar y por las vejaciones sufridas cuando era niña. Venganza de Jerjes por el destino de su padre. Hay mucha gente enojada y por eso se explica la furia colectiva. Claro que de shakesperiano la película sólo tiene el enunciado. La carcaza. La pulpa del filme -fácil es imaginarlo- se consume en los campos de batalla. En la tierra y, sobre todo, en el mar.
Sombríos y feroces, los comics de Frank Miller desnudan las aristas más primitivas de la condición humana. El escenario de las lejanas guerras médicas es ideal para potenciar esa violencia explícita. Miller no se pregunta cómo habría cambiado el destino del mundo si los persas hubieran conquistado Grecia. Para él las batallas -Maratón, las Termópilas, Salamina- son decorados entre los que fluye la sangre y los hombres hacen su trabajo.
Zack Snyder tradujo a la pantalla ese idioma y esa estética en la primera parte. Aquí dejó la dirección en manos del israelí Noam Murro, pero se reservó la supervisión del guión y de la producción. Las cosas no habrían sido muy diferentes con Snyder detrás la cámara.
El Leonidas de Gerald Butler magnetizaba mucho más que el Temístocles que encarna el australiano Sullivan Stapleton (foto), un héroe que no mueve la aguja. El personaje clave es entonces Artemisia (Eva Green), comandante de la flota persa, perversa (con sus motivos) e irresistible. Se desinfla un poco Jerjes (el brasileño Rodrigo Santoro), tal vez porque descubrimos su camino al trono; tal vez porque le faltan los elementos mágicos/místicos con los que Snyder lo rodeó en la historia original.
Series como “Spartacus” y “Vikingos” beben en las mismas aguas de “300”. El show de sangre salpicada sobre el lente, amputaciones y crímenes por el estilo ya no se sostiene por sí mismo; es imprescindible una buena historia que apuntale el chisporroteo de las espadas que se cruzan y los lanzazos que vuelan. Eso sí: el final pavimentó el camino para la tercera parte. A Temístocles y a Jerjes les quedan varios cabos por atar.